Parece existir gran acuerdo entre los hombres respecto a considerar la religión como un asunto privado que conviene desligar de la gestión pública. El abuso de este noble principio y el olvido de que la defensa de la libertad individual –en todas sus formas- es la razón de ser del Estado han dado lugar a grandes injusticias en numerosas naciones de nuestro planeta.
El laicismo, lejos de ser la respuesta del sector público más justa a la creciente diversidad religiosa según lo entienden sus frecuentemente bienintencionados promotores, una vez desborda por la vía del exceso las fronteras del respeto, la no exclusión y la tolerancia se convierte en una sustracción seria e ilegítima de la libertad religiosa y, por ende, de la libertad individual, que puede llegar a ser tan inaceptable e injusto para los ciudadanos como la pretensión de tener una única religión “oficial” o de Estado.
Laicismo no equivale a igualdad ni a tolerancia. Cuando toda referencia o enseñanza de contenidos religiosos es deliberadamente omitida y desterrada de las escuelas donde nuestros jóvenes reciben buena parte de su formación básica, lo que resulta de ello no son ciudadanos más tolerantes e integrados pese a sus diferencias sino casi completamente desprovistos de todo sentimiento religioso y de aquella saludable consideración de la opinión de otros sobre nuestras acciones privadas que pocas instituciones como la religión enseñan a los pueblos.
Bajo el esquema laico, la religión de la no religión acaba implícitamente por imponerse a las demás expresiones religiosas y el hedonismo egoísta comienza a ser la norma moral de la ciudadanía; máxime, cuando languidecen otras instituciones que, como la familia y el ejemplo, constituyen las principales fuerzas morales de la sociedad.
Todo lo anteriormente expuesto se refuerza cuando el laicismo se traslada a todos los asuntos de Estado, con la consecuente exclusión y aislamiento de todo lo religioso. ¿No resulta mucho más propio de hombres libres y de una sociedad de éstos verdaderamente inclusiva el que todas las filiaciones religiosas más representativas compartieran un mismo, aunque pequeño, espacio en los debates, acontecimientos y actividades de interés nacional?
¿Puede considerarse como verdaderamente libre la elección religiosa que realizan los individuos sujetos a la imposición por la vía educativa de una única expresión religiosa, sea ésta de manera activa (adoctrinamiento) o pasiva (laicismo)? ¿Fallaremos en reconocer que ambos métodos son igualmente reprobables en tanto entorpecen la libertad de elección?
Cualquiera que sea nuestra particular postura respecto a la conveniencia de una formación religiosa específica o la ausencia de ella para la ciudadanía emergente, resulta evidente que la inclusión del estudio de las principales ideas y corrientes religiosas en la formación curricular de los bachilleres, basada en manuales y material audiovisual preparado por el esfuerzo cooperativo de aquellas confesiones más representativas sería un gran avance en la conquista de una mayor libertad religiosa en la República Dominicana.
Fuente:MANUEL MOISES MONTAS (ALM)
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